La decadencia del Estado, el desorden y la anarquía dan paso al nuevo poder de Rusia: el crimen organizado.
A MEDIADOS DE FEBRERO, la policía rusa, extrañada por la escena , detuvo en San Petersburgo a un pequeño carro Zhiguli, prototipo del automotor socialista, que tiraba de un lujoso Mercedes Benz. Cuál no sería su sorpresa al encontrar cuatro cuerpos en el asiento trasero del automóvil, y tres más en el baúl. El resultado de la investigación resultó muy diciente: los siete eran mafiosos que chantajeaban a un comerciante. Este, desesperado, había contratado a un grupo de asesinos de Tayikistán, que resolvieron el problema .
Días antes, un carro había estrellado a una camioneta, y su conductor había resultado muerto. Para vengarlo, sus acompañantes siguieron a la camioneta, y, a ráfagas de metralleta, asesinaron a sus 10 pasajeros, todos del Cáucaso. Para ocultar el crimen, se dirigieron a un parque cercano, en plena ciudad, y le prendieron fuego a los cadáveres.
Las historias son macabras, pero no son sino un ejemplo de lo que está sucediendo en Rusia, un país que bajo la férula comunista se mofaba -sin razón, ahora se sabe- de tener la criminalidad más baja del mundo y que ahora sucumbe bajo la influencia nefasta del crimen organizado.
Y lo que es peor, una de las más sofisticadas y elegantes ciudades del mundo, San Petersburgo, la antigua capital de los zares, se ha convertido en centro de operaciones del bajo mundo ruso. Por eso, en lugar de ser mencionada por el Palacio de Invierno y el Ermitago, por sus canales venecianos y catedrales, o por haber sido cuna de la revolución de 1917, hoy se la llama la 'Chicago del Norte', gracias al meritorio lugar que ocupa como la tercera ciudad más insegura del mundo...
La gran mafia rusa, tan nombrada como desconocida, surge a la superficie y cobra vuelo a la misma vertiginosa rapidez con que se desbarata el país. Nacida de las entrañas del régimen anterior, lo que hoy se denomina mafia no es un fenómeno nuevo. Durante décadas fue desarrollándose en el mundo de la economía subterránea, ligada directamente a las más altas jerarquías del poder burocrático. Según el investigador francés A. Vaksberg, esta habría surgido del clientelismo puesto en práctica por el dictador Josef Stalin. El clima político moral reinante bajo el largo período de Leonid Brezhnev, generó un sentimiento de impunidad total y se instituyó "una simbiosis entre políticos y truhanes: los políticos volviéndose truhanes y los truhanes convirtiéndose en políticos".
Ahora, luego de la desaparición de la Unión Sovética, la mafia ha brotado y está haciendo su agosto. Ante el desbarranque del poder centralizado y el sálvese quien pueda económico, ante el desorden y la anarquía, el poder de la mafia viene a llenar el vacío dejado por la descomposición generalizada.
Hoy la mafia controla prácticamente todos los aspectos de la vida social. Según un informe publicado por el periódico Izvestia, y elaborado, por la Presidencia de la República, se calcula que en Moscú todos los propietarios de cafés, restaurantes y pequeños negocios pagan dinero a la mafia, lo mismo que de un 70 a un 80 por ciento de todos los negocios privatizados y de los bancos comerciales.
Según el jefe de Investigaciones Criminales de la capital, en 1988 Moscú era una "ciudad de ángeles". Entonces durante 365 días morían 750 personas. A fines de 1993 se llegó a 1.404. Es decir, había prácticamente ocho o más muertos diarios.
La industria del asesinato florece. Unos cinco millones de rublos (3.000 dólares) cuesta el asesinato de una persona importante, como un gerente de banco, que se ha vuelto la profesión más peligrosa del país. Solo en 1993 fueron asesinados 30. Poderosas camionetas importadas, marca Toyota y Ranger, negras y con vidrios oscuros, son sinónimo de crimen. Hace pocos días una turista extranjera reportó una cacería a tiros en pleno centro de la ciudad de Moscú, cerca del conocido parque Izmailovski. El tiroteo era entre hombres a bordo de un Toyota y un auto que se desplazaban veloces disparando en medio de los atónitos transeúntes.
La mafia extiende sus tentáculos a todo el país. En Ekaterimburgo, en los Urales, cuna del poder del presidente Boris Yeltsin, el nuevo zar es un ex jugador de fútbol, Konitanty Tsyganov, quien según la policía controla el 60 por ciento de esta rica región industrial. Durante una guerra local con sus competidores de la mafia chechena del Cáucaso, los hombres de Tsyganov decidieron que necesitaban más poder de fuego para combatirlos. Secuestraron un tanque del ejército y lo pusieron en la plaza central de la ciudad. Los chechenos huyeron.
EL ROBO DEL SIGLO
Los nuevos ricos son visibles en todas las ciudades, no sólo por sus limousines importadas que empiezan a surgir en cualquier vecindario moscovita, sino por los restaurantes separados de la luz diurna por pesadas cortinas donde realizan sus negocios.
El poder de la mafia, ligado del todo al de la nomenklatura, (la antigua élite burocrática) es ahora sinónimo de nuevos ricos. Se calcula que cada mes huyen de Rusia mil millones de dólares hacia los bancos suizos, y se cree que una buena parte de ellos pertenece al imperio de la mafia.
Parte de estas fortunas se hacen al amparo de los créditos estatales, con intereses bajísimos, que producen riquezas sólo por recibirlos y pagarlos, un año después, con una tasa inflacionaria del 1.800 por ciento. Los nuevos y emprendores negociantes consideran muy sencillo poner un arma en la cabeza de un banquero y exigirle un préstamo. Si se niega, aparece muerto al día siguiente por un sicario venido del Cáucaso, quien ejecuta su tarea con precisión realmente profesional. También exigen a los banqueros que trasladen sus millones al exterior, y luego, para esconder su secreto, los asesinan.
La privatización de fábricas, negocios y almacenes es, ante todo, una privatización para sí mismos de los antiguos administradores estatales, coroneles, generales o encargados. Un jefe de una unidad aérea del Extremo Oriente puso a los aviones de transporte de su división a traer, automóviles de Japón. En la misma zona, una compañía compró bienes militares por valor de 126 millones de rublos, que en realidad costaban 3.000 millones. Dentro de los accionistas de la firma estaban las altas autoridades de la región. Hasta el encargado de cobrar impuestos recibió de regalo un viaje a Japón para la familia y dos autos, y su adjunto pudo comprar un Toyota por... 25.000 rublos. Todo el dinero para estas operaciones se conseguía muy fácil; los militares de alto rango compraban para la región camiones Kamaz a 26.000 rublos, y los vendían a un millón.
Venta de armas, esmeraldas y rubíes en las calles de Ekaterimburgo, robo de obras de arte, materiales nucleares, todo entra en la bolsa del "robo del siglo", como se empiezan a denominar las tremendas pérdidas de la economía rusa en los últimos años.
Parte fundamental es el contrabando de armas y de elementos nucleares, lo cual plantea inmensos peligros. Según La Academia de Ciencias de Estados Unidos, el desmantelamiento de las armas nucleares pondrá en oferta, en 10 años, 100 toneladas de plutonio, uno de los componentes básicos de la bomba atómica. Sólo cuatro kilos se utilizaron en Hiroshima. Pero ahora una cifra en verdad escalofriante puede caer con facilidad en manos de cualquiera.
Como no podía ser de otra forma, cuando se habla de mafia inmediatamente se traen a colación a Italia y a Colombia. Hace pocas semanas, Luciano Volante, el presidente de la comisión antimafia del Parlamento italiano, denunció que los propios italianos, los colombianos y los chinos, podrían estar manejando una buena porción del tráfico de armas, drogas y material nuclear en los terrenos de la maltrecha y desaparecida Unión Soviética.
LOS NUEVOS JEQUES
Las fortunas de los noveles potentados ex comunistas han aparecido en la arena internacional. En los periódicos rusos se publican avisos de venta de lujosas casas en Londres. El diario Moscow Times informa que hay un boom del mercado inmobiliario londinense, en parte gracias a los rusos. Un agente de finca raíz vendió en los últimos cuatro meses 12 millones de libras en propiedades a rusos, que pagaron en efectivo.
Muchos de esos "nuevos árabes", como los llaman, no son mafiosos de anillos de diamantes que comen pastas y cantan ópera, ni jeques con muchas mujeres. Tampoco controlan los negocios ilegales -el juego, la prostitución y el alcohol-, como Al Capone o 'El Padrino'. Son, en su gran mayoría, empresarios de saco y corbatá, burócratas del gobierno y gerentes industriales, que leen a Pushkin y a Tolstoi, y cuyas mujeres van a tener a sus hijos en Londres mientras que el marido escucha desde Moscú por el teléfono inalámbrico los quejidos del parto.
El ejemplo de un director de una refinería de petróleo rusa es muy ilustrativo. Tras ocultar durante años siete millones de dólares depositados en cuentas personales en Occidente, sin cobrar intereses para que nadie lo notara, decidió sacar sus riquezas a la luz pública para escándalo vano de la prensa. Casos como el de este impecable gerente, que por años lleva haciendo su fortuna privada a costa de su patria, indican que la mafia no es nueva, y que su corazón no son los asesinos contratados a sueldo en el empobrecido Cáucaso, ni los que venden las frutas en el mercado. Son los blancos, rubios y ojiazules que durante décadas detentaron el poder del país y que ahora se quieren quedar con sus pedazos. -
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